La historia de una vida hecha a base de vender maní confitado en un pasaje cajamarquino.
Una crónica de Karla Carrión, alumna de X ciclo.
Era una tarde de septiembre y la figura de un hombre se balanceaba por el pasaje Atahualpa. Una cabeza blanca como la nieve se podía distinguir desde la caseta que lo alberga hace 58 años.
Julio Segundo Chávez Galloso se ha pasado gran parte de su vida vendiendo maní confitado.”Es un trabajo que me ha permitido darle una profesión a dos hijos míos”, confiesa él, mientras va armando pequeños sobrecitos de maníes.
Unas pequeñas arrugas tan profundas como los surcos en una tierra recién labrada, marcan la frente cansada de una cara de color del maní confitado que prepara en una olla vieja con el fondo negro de la veces que se le ha pasado un poco el tiempo.
Una bandeja blanca con filos negros albergan al maní que el señor Chávez Galloso acaba de sacar del fuego, y es en ese momento cuando sus manos redondas y con dedos pequeños empiezan a envolver una pequeña porción depositada con una cuchara de sopa a unos retazos de papeles celofán coloridos cortados por él cuando no atiende a sus tan fieles clientes.
Clientes de todas las edades rebosan en la pequeña caseta instalada por la municipalidad en el pasaje que se ha convertido en su casa por horas, mientras una radio negra es su fiel compañera en los momentos de soledad.
“Siempre me preguntan si el dulce que preparo es de Piura o Chiclayo, pero yo les digo que no. Que estos maníes confitados son un dulce tradicional de Cajamarca”, comenta Chávez Galloso mientras escolares le compran un sol de esos deliciosos maníes.
Su corazón guarda el dolor que le provocó su padre al negarle apoyo económico décadas atrás. Dolor por el cual se tuvo que mudar de Cajabamba a Cajamarca en donde disfruta haciendo sus deliciosas golosinas.
Una voz suave y amigable caracteriza al “señor manicero”, nombre con el cual centenares de personas de todas las edades lo conocen . Reconocimiento que le ha llenado de satisfacción al recibir los dos premios que tiene en su haber, otorgados por la Cámara de Comercio y Producción de Cajamarca y por la Municipalidad Provincial de Cajamarca.
Cuarenta minutos es el tiempo que toma desde que las manos de don Julio empiezan a elaborar sus tentadores maníes hasta que llegan a boca de sus golosos clientes. El ritual se inicia cuando coloca dos tazas de agua en su olla y luego, una vez que rompe en ebullición, añade generosas dosis de azúcar rubia. Logrado el punto de caramelo vierte el maní tostado y en cuestión de minutos un dulce olor va volviendo agua la boca. Lo demás es entregarse a este placer único.
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