martes, 11 de noviembre de 2008

Manos benditas

La historia de la señorita Gusbinda, huesera y curandera cajamarquina.

Por: Karla Carrión
El olor a vick vaporub se va apoderando lentamente del cuarto. Unos pasos se aproximan. La señorita Gusbinda, como todos los pobladores cajamarquinos la conocen. Su voz suave, delicada y fina se pueden escuchar al momento en que ella pronuncia: “buenas noches, niñita linda”, saludo que la ha caracterizado desde hace años atrás.
Su aspecto cansado y débil, se conjugan bien con el color plomo de una cabellera menuda, la cual siempre lleva recogida, tal vez para que no la incomode al momento de hacer su trabajo.
Sus manos sarmentosas han tomado el frasco del ungüento que utiliza en cada sesión. Un frágil y lento soplido entres sus manos dan inicio a la frotación de la cadera de la señora que ha ido a visitarla, y mientras la señora Gusbinda pasa sus manos, le va preguntando “¿qué es lo que le ha pasado?”.
La figura diminuta de la tan conocida huesera cajamarquina, contrasta con la fuerza que posee, es capaz de poder voltear o levantar a un hombre de tal vez unos 75 kilos de peso.
El cuarto esta casi vació, sólo tiene unas bancas de madera largas y poco cómodas, éstas están cubiertas por unas mantas hechas a crochet, un petate anchos tendido en el piso te dan la bienvenida al lugar destinado de toda la casa para la curación.
El tapete puesto sobre el piso le sirve a la señora Norma, para que no se ensucie, ni sienta el frío de las losetas blancas, que con el paso del tiempo, y el transcurrir de las personas lo han convertido en crema con pintas marrones, con figuras azules de la época de la colonia. Unos cuantos gritos se escucha, mientras las dos señoras mantienen una conversación similar a la de dos amigas que no se encuentran hace un buen tiempo.
“¿Ha traído usted una venda o tela?”, le pregunta Gusbinda a la señora que acaba de ayudar a que el hueso entre a su sitio. La señora Norma, no responde nada, pero una mano lejana y pequeña le acerca un pedazo de tela hasta donde se encuentra la señora “huesera.”, “¿Para qué sirve la tela?”, pregunta la pequeña hija de la señora recién curada.
La señorita Gusbinda, mientras va vendando le explica “que eso es para que el hueso que recién acaba de poner a su sitio no se enfrié y le duela a su mamá, porque el hueso tiene que permanecer caliente.”


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El timbre de la casa ubicada en el céntrico jirón Amalia Puga, cuadra ocho, se encuentra casi roto por la mitad, y el color marfil que tenía en sus inicios se han ido perdiendo con el transcurrir de las manos que acuden a él para saber si su huesera predilecta se encuentra.
Hoy, sábado por la mañana la fachada de la casa se puede apreciar sin ningún impedimento, no tiene más que a una señora recostada en la pared ploma metálica, esperando a que la señorita se desocupe de atender a una pareja de esposos que ha venido a visitarla para que los ayude a poner algún hueso en su lugar.
Una niña de unos diez años de edad se va acercando lentamente a la señora que espera en la pared. En su mano lleva una bolsa de maní con cascara. Su otra mano casi no la mueve, se ha caído el día de ayer sobre ella en su colegio, y ahora han venido a buscar a la señorita Gusbinda.
Han tocado el timbre de la casa, y una señorita de cabellos casi marrones ha abierto la puerta de tres hojas color marrón, con pintas blancas de la pintura que ha quedado de la época de carnaval. Su voz es suave, casi no se la escucha cuando habla, su cuerpo lo mantiene escondido tras una puerta que deja ver a grandes esfuerzos la imagen de la huesera sentada en un banca.
<>, le ha dicho a la señora que desilusionada a agachado su cabeza mientras se da la vuelta para regresar por donde vino.
La hija de la señora Juana Medina Alacalde, quienes esperan desde hace rato, ha levantado dócilmente sus ojos marrones casi verdes, en busca de la mirada de su amada madre, y una voz amorosa, le dice <<>>
_Yo la traigo a mi niña para que la señorita Gusbinda le arregle su bracito. La conozco desde hace tiempo, cuando mi esposo se cayó en su trabajo. No sabía a quién llevarlo, pero una amiga muy buena me recomendó a la señorita, entonces lo traje, ella lo arreglo. Por eso ahora a todas las personas que están mal en mi casa las traigo para que ella los arregle; inclusive cuando mi hija se encuentra asustada también vengo con ella, para que la limpie con periódico. Es muy buena sabe lo que hace, y lo hace muy bien, lástima que ahora ya este un poquito mayor y no atienda hasta tarde, porque antes atendía hasta tarde y todos los días; uno pasaba a las diez de la noche, y ella tenía gente esperando para que los limpie del susto o arregle algún hueso movido.


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Lleva puesto un vestido plomo a cuadros, con rayas negras verticales, y blancas en horizontal, es el típico vestido, que con el chal de color azul oscuro que lleva puesto, han formado la imagen de la huesera predilecta de Cajamarca en las mentes de sus pobladores.
Ella, una mujer que nunca se casó ha vivido desde niña en la casa donde atiende hace 37 años de edad a las personas que van en busca de sus sabias habilidades.
Nunca estudio, pero eso no fue, ni es un impedimento para que sepa el nombre de todos los huesos que tiene el cuerpo humano.



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La niña le ha tenido que rogar para que la “señorita Gusbinda”, como ella y todas las personas la llaman, la pueda atender. Tal vez la cara casi angelical que tiene la pequeña, ha cautivado el corazón bondadoso de una señora que no puede decir un no como respuesta.
Gusbinda sentada en una banda, la espera a la niña, que con cara de alegría le ha lanzado una mirada a su mamá.
La sobrina de la “señorita Gusbinda”, ha cortado la explicación que la señora Juana pensaba darle a su huesera, un beso intenso en la mejilla, es el preludio de una despedida cargada de sentimientos tiernos hacia su mamita, como ella la llama, y mientras la niña mira a su mamá, la sobrina cariñosa se despide diciendo <>

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